sábado, 2 de enero de 2010

21 Julio 2009 Pepinillos y Morfeo


Pepinillos en vinagre a las 4,49. Bien. Eso y que acabo de rescatar el último filtro para liarme un cigarrillo un poco decente. Por no mencionar que tanto sueño como tenía no ha sido suficiente para convencer a Morfeo de que me abra las puertas esta noche. Cojonudo. Últimamente le odio, por eso y por torturarme con dulces sueños de rostros que amo. Más aún en un día que dos (¡dos!) enfermeras me han dejado los (¡los!) brazos como coladores tras un patético intento por entubar un poco de sangre. Genial. Y encima tengo hambre, lo malo es que cuando me llevo algo a la boca siento náuseas y soy incapaz de triturarlo más de un par de veces. Fuera y no como. Pero tengo hambre. Creo que todo era más fácil a los quince, cuando no había sexo de por medio. Aunque aburrido. ¿Y si resulta que la coraza se me ha pegado a la piel y ya forma parte de mí? Jamás me creí fría, sin embargo ahora tengo que detenerme y divagar hasta poder hallar una palabra bonita para los ojos que me miran. Ni los míos transmiten, o sí. No se. “Colegueo”, vale, es lo mejor. ¿Para quién? Y de vuelta a un onírico mareo, cierro los ojos y vuelve a desvanecerse mi arduo intento por abrir la verja del país del sueño. Puto Morfeo.

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